"Bebamos y vivamos con fruición, mesura y sin desperdicio"
En la bodega de mi alma conservo con delicadeza y a temperatura controlada, para que permanezcan siempre en óptimas condiciones, los mejores caldos de mi vida.
Bajo la superficie de mi piel, en la profundidad de mi cuerpo maduro y opaco, alejadas del ruido externo de la vida y protegidas de cualquier luz indiscreta que pueda deteriorarlas, reposan elegantes botellas de vidrio verde, en variadas tonalidades, que contienen los vinos más fantásticos que he cosechado a lo largo de mi tiempo de vendimia.
Tintos: potentes, procedentes de los Llanos de la Mancha, aromáticos, profundos y con esencia de roble francés. Rosados: como flores rosa caramelo en primavera, frutales, frescos y jóvenes con influencia mediterránea y recuerdos canarios. Blancos: amarillo pajizo de vendimia tardía con la suave acidez de Galicia y delicado perfume de mar azul cielo.
También alojo, en estantes dorados e iluminadas con velas, botellas vacías que todavía emanan el aroma embriagador de los néctares fermentados que las llenaron y que fueron degustados y saboreados lentamente hasta la extenuación; dan testimonio de un pasado inolvidable y hablan en sus etiquetas de vidas que marcharon pero que permanecen adheridas para siempre en mi recuerdo.
Una botella azul brillante de vino misterioso, por sorpresa y sin remite, llega a la puerta de mi bodega para adentrarse en la oscuridad de mis sueños etílicos y envolverme, con su magia y sus hechizantes taninos, en un viaje apasionante por sabores nunca antes probados. Sensaciones que están a la altura enológica de sus compañeras que reposan tranquilas a la espera de ser despertadas, descorchadas y bebidas, para calmar mi sed de vida.
Bajo la superficie de mi piel, en la profundidad de mi cuerpo maduro y opaco, alejadas del ruido externo de la vida y protegidas de cualquier luz indiscreta que pueda deteriorarlas, reposan elegantes botellas de vidrio verde, en variadas tonalidades, que contienen los vinos más fantásticos que he cosechado a lo largo de mi tiempo de vendimia.
Tintos: potentes, procedentes de los Llanos de la Mancha, aromáticos, profundos y con esencia de roble francés. Rosados: como flores rosa caramelo en primavera, frutales, frescos y jóvenes con influencia mediterránea y recuerdos canarios. Blancos: amarillo pajizo de vendimia tardía con la suave acidez de Galicia y delicado perfume de mar azul cielo.
También alojo, en estantes dorados e iluminadas con velas, botellas vacías que todavía emanan el aroma embriagador de los néctares fermentados que las llenaron y que fueron degustados y saboreados lentamente hasta la extenuación; dan testimonio de un pasado inolvidable y hablan en sus etiquetas de vidas que marcharon pero que permanecen adheridas para siempre en mi recuerdo.
Una botella azul brillante de vino misterioso, por sorpresa y sin remite, llega a la puerta de mi bodega para adentrarse en la oscuridad de mis sueños etílicos y envolverme, con su magia y sus hechizantes taninos, en un viaje apasionante por sabores nunca antes probados. Sensaciones que están a la altura enológica de sus compañeras que reposan tranquilas a la espera de ser despertadas, descorchadas y bebidas, para calmar mi sed de vida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario