Tenemos claro nuestro destino, hemos organizado este viaje con tiempo e interés pues nos jugamos mucho en el recorrido intentando llegar a la meta fijada: la oportunidad de nuestra vida.
Poseemos la licencia de conducir y, por fin, somos libres para circular libremente por las carreteras vitales, en cualquier dirección. Conocemos las señales que organizan y regulan nuestro tráfico y las consecuencias de su incumplimiento; hemos estudiado, en el mapa de los sentidos, las calzadas a transitar: autopistas de peaje, que solemos evitar debido al coste extra emocional que supone su uso; autovías rápidas y concurridas en días de fiesta; carreteras nacionales peligrosas por tener doble sentido, como nuestras palabras, y hasta la última vía local donde es fácil extraviarse. El más mínimo detalle está planificado, el vehículo en perfecto estado de revista y la grata compañía que hemos elegido, o nos ha elegido a nosotros, que también está implicada en el viaje y comparte destino.
Cargamos la furgoneta con nuestro mejor equipaje: las intenciones, las ilusiones y alguna esperanza. Echamos a rodar con prudencia y determinación, disfrutando del viaje, del paisaje y de la amistad de nuestro acompañante; nos detenemos cuando es necesario: para descansar, alimentarnos, repostar o admirar esa bonita puesta de sol, tras las nubes, allá en el horizonte infinito.
Un corte en la A-96, por obras en el firme, nos obliga a replantear nuestro itinerario sin olvidar el destino final. Nos desviamos de la ruta y entramos en un pequeño pueblo: Encrucijada, que nos llama la atención por su nombre y por el ambiente mágico y misterioso que desprende, invitándonos a detenernos y a pasear por sus angostas y vacías calles y, dada la hora de la tarde, hacer noche en un acogedor hotel con encanto: “La Posada de la Duda”.
Coincidimos con otras viajeras que llegan al hotel como nosotros, inesperadamente, y, tras las oportunas presentaciones, nos reunimos a cenar junto a ellas y compartir nuestras inquietudes y nuestros recorridos vitales. Les hablamos de nuestro viaje en búsqueda constante de la oportunidad, de nuestro origen remoto, de nuestra idea de la vida en continuo peregrinar al interior de las dudas que nos acompañan y a los sueños que suplantan la realidad; nos cuentan el suyo con destino opuesto y complementario al nuestro, más claro y real, con vivencias concretas y definidas conociendo el terreno que pisan y el final que les espera.
Los efectos de la cena, del embriagador vino, de la compañía y de los licores que la rematan, acortan las distancias y nos unen en el pequeño comedor en animada charla que alegres interrumpimos para abandonar el hotel y pasear, de nuevo, por las vacías calles de Encrucijada, bajo la azulada luz de la Luna que ilumina nuestros pasos y realza la apasionante conversación, retomada, que nos envuelve y sorprende.
Regresamos felices, ya avanzada la noche, y lo sucedido a partir de ese momento, que no puedo contar porque no lo recuerdo, o porque tal vez fue un sueño que escapó de mi memoria, nos trajo, como consecuencia, que a la mañana siguiente, tras el desayuno, la oportunidad llamó de nuevo a nuestras puertas y en esta ocasión sí le abrimos dando entrada a un inesperado cambio en el rumbo de nuestras vidas: Chema marchó con Ella en dirección poniente, allá donde el Sol busca reposo cansado de tanto orbitar. Yo (Él) marcho con Gema, que está terminando de organizar su maleta y de replantear su destino conmigo en el GPS interior, en busca de la luz de levante, junto al mar.
El destino y el presente nos separan, por primera vez en nuestras vidas, invitándonos a vivir otras realidades y nuevos sueños junto a nuevas parejas, cada uno en un extremo del mundo. Tal vez volvamos a encontrarnos en otro viaje organizado y algún imprevisto vuelva a reunirnos en otro pueblo perdido en la inmensidad de nuestras futuras oportunidades que confiamos no desaprovechar nunca más.
Si esperas tu próxima oportunidad presta atención, llegará en cualquier momento. ¿Le abrirás la puerta?
Poseemos la licencia de conducir y, por fin, somos libres para circular libremente por las carreteras vitales, en cualquier dirección. Conocemos las señales que organizan y regulan nuestro tráfico y las consecuencias de su incumplimiento; hemos estudiado, en el mapa de los sentidos, las calzadas a transitar: autopistas de peaje, que solemos evitar debido al coste extra emocional que supone su uso; autovías rápidas y concurridas en días de fiesta; carreteras nacionales peligrosas por tener doble sentido, como nuestras palabras, y hasta la última vía local donde es fácil extraviarse. El más mínimo detalle está planificado, el vehículo en perfecto estado de revista y la grata compañía que hemos elegido, o nos ha elegido a nosotros, que también está implicada en el viaje y comparte destino.
Cargamos la furgoneta con nuestro mejor equipaje: las intenciones, las ilusiones y alguna esperanza. Echamos a rodar con prudencia y determinación, disfrutando del viaje, del paisaje y de la amistad de nuestro acompañante; nos detenemos cuando es necesario: para descansar, alimentarnos, repostar o admirar esa bonita puesta de sol, tras las nubes, allá en el horizonte infinito.
Un corte en la A-96, por obras en el firme, nos obliga a replantear nuestro itinerario sin olvidar el destino final. Nos desviamos de la ruta y entramos en un pequeño pueblo: Encrucijada, que nos llama la atención por su nombre y por el ambiente mágico y misterioso que desprende, invitándonos a detenernos y a pasear por sus angostas y vacías calles y, dada la hora de la tarde, hacer noche en un acogedor hotel con encanto: “La Posada de la Duda”.
Coincidimos con otras viajeras que llegan al hotel como nosotros, inesperadamente, y, tras las oportunas presentaciones, nos reunimos a cenar junto a ellas y compartir nuestras inquietudes y nuestros recorridos vitales. Les hablamos de nuestro viaje en búsqueda constante de la oportunidad, de nuestro origen remoto, de nuestra idea de la vida en continuo peregrinar al interior de las dudas que nos acompañan y a los sueños que suplantan la realidad; nos cuentan el suyo con destino opuesto y complementario al nuestro, más claro y real, con vivencias concretas y definidas conociendo el terreno que pisan y el final que les espera.
Los efectos de la cena, del embriagador vino, de la compañía y de los licores que la rematan, acortan las distancias y nos unen en el pequeño comedor en animada charla que alegres interrumpimos para abandonar el hotel y pasear, de nuevo, por las vacías calles de Encrucijada, bajo la azulada luz de la Luna que ilumina nuestros pasos y realza la apasionante conversación, retomada, que nos envuelve y sorprende.
Regresamos felices, ya avanzada la noche, y lo sucedido a partir de ese momento, que no puedo contar porque no lo recuerdo, o porque tal vez fue un sueño que escapó de mi memoria, nos trajo, como consecuencia, que a la mañana siguiente, tras el desayuno, la oportunidad llamó de nuevo a nuestras puertas y en esta ocasión sí le abrimos dando entrada a un inesperado cambio en el rumbo de nuestras vidas: Chema marchó con Ella en dirección poniente, allá donde el Sol busca reposo cansado de tanto orbitar. Yo (Él) marcho con Gema, que está terminando de organizar su maleta y de replantear su destino conmigo en el GPS interior, en busca de la luz de levante, junto al mar.
El destino y el presente nos separan, por primera vez en nuestras vidas, invitándonos a vivir otras realidades y nuevos sueños junto a nuevas parejas, cada uno en un extremo del mundo. Tal vez volvamos a encontrarnos en otro viaje organizado y algún imprevisto vuelva a reunirnos en otro pueblo perdido en la inmensidad de nuestras futuras oportunidades que confiamos no desaprovechar nunca más.
Si esperas tu próxima oportunidad presta atención, llegará en cualquier momento. ¿Le abrirás la puerta?
No hay comentarios:
Publicar un comentario