El aire lo componen diminutas partículas. En reposo las partículas se sitúan a la misma distancia unas de otras, pero agentes externos, como una vibración o el cambio de las condiciones atmosféricas, pueden ocasionar que las partículas se junten (compresión) o se separen (rarefacción).
Por medio de la rarefacción conseguimos aligerar un gas: disminuir su densidad aumentando su volumen; dándole más espacio a cada molécula para que se sienta más libre, menos comprimida.
En las relaciones humanas hay momentos en que la presión aumenta (compresión) considerablemente por diversos motivos: estrés, discusiones, envidia, abuso de poder, egoísmo, competencia salvaje, etc.
Lo observamos a menudo en las imágenes que nos transmite la televisión en acontecimientos deportivos. Cuando un equipo, por ejemplo de fútbol, se entrena o disputa un partido amistoso contra otro el ambiente es relajado, surgen las bromas, amabilidad y cortesía; el juego se vuelve lento, reposado y tranquilo y los espectadores disfrutan agradablemente (rarefacción). En cambio en plena competición, cuando se juegan tres puntos vitales para alcanzar el triunfo final o una copa vacía de contenido, la situación cambia radicalmente. Juego rápido y peligroso, agarrones, desplazamientos, entradas al contrario poco corteses, gestos iracundos, voces, empujones, protestas, gritos e insultos de las aficiones que contribuyen a aumentar la presión de esa olla a punto de estallar.
Casos similares observamos habitualmente en los centros de trabajo cuando hay que mejorar la productividad a cualquier precio, incluida la salud del personal provocando accidentes por no perder el tiempo en seguridad y protección. Obviando la adopción de métodos de trabajo más racionales y pausados que eviten enfermedades laborales y algún difunto. En otros casos la presión no viene de arriba, de la dirección, son los propios trabajadores quienes generan tensión a sus compañeros por diversos motivos: protagonismo, envidia, recelos, ascensos.
No hablaremos del comportamiento de ¿nuestros? políticos, grandes generadores de odio, mentiras, problemas y presión social en connivencia con los medios de comunicación que amplifican sus exabruptos distorsionando la realidad.
Y, por último, en las relaciones de pareja también constatamos momentos de agobio provocadas por los movimientos opuestos de las dos moléculas que conviven dentro, originando roces y choques frecuentemente. Problemas que aumentan cuanto mayor es el número de miembros de la familia.
Pongámonos manos a la obra para intentar rarefacer el ambiente y conseguir una atmósfera social y personal más ligera y respirable, en beneficio de todos.
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