martes, 21 de junio de 2011

Amanece otro solsticio de verano.


Amanecemos cada mañana con la ilusión y el deseo de alcanzar el cenit de nuestras vidas, ese momento culminante que justifique plenamente nuestra existencia y de sentido al esfuerzo empleado en andar y desandar, bajo la luz llena de la luna, el camino empinado y misterioso que hemos recorrido hasta este lugar: el bosque de la prehistoria; la vieja cueva de nuestros antepasados que ahora nos acompañan en mágicas pinturas rupestres con sus almas escondidas en la niebla del final de primavera.

Despertamos, abrimos los ojos y las puertas de nuestro espíritu para dejar pasar la cálida y anaranjada luz del sol al interior de la cueva que nos habita y grabar en sus paredes el reflejo de nuestros inquietos sueños de amistad, amor y zozobra.

Amanecemos, vivimos y morimos cada día entregando la débil llama de esperanza a quienes caminan a nuestro lado dispuestos a mantener el ciclo eterno de la luz: oscuridad y amanecer.

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