Abandono un puerto, en el atlántico, y vienes a despedirme y desearme feliz singladura.
En la mar apareces siempre en los momentos más delicados: cuando la tormenta me ofrece toda su energía y su misterio y las olas se elevan, imponentes, sobre el horizonte.
Llego a otro puerto, en el mediterráneo, y te encuentro de nuevo esperándome con otro cuerpo y la misma sonrisa: incierta, para darme la bienvenida.
Incluso en la carretera de mi tarde, donde la vida y la muerte se distancian, o se acercan, en dos o tres segundos vitales, o mortales, me ayudas a mantener la calma y la esperanza.
Pero es, sin duda, en mis sueños despiertos: imaginando historias imposibles, donde te encuentro, más encantadora y amable, dispuesta a acompañarme en el guión que escribo de mi vida, y de tu vida, sin rumbo a ninguna parte.
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