En ocasiones nuestro ego nos induce a mirar a las demás con perspectiva. Sin embargo todas somos iguales y estamos conectadas con gruesos cables de acero que transportan la energía que nos mantiene vivas.
No discriminamos a ningún tipo, nos da igual su origen, color o creencias: eólica, nuclear, hidroeléctrica, de carbón, de gas, solar, etc. Llevamos a todas en nuestras venas metálicas con el mismo cariño y entusiasmo.
Desde lo alto de nuestra esencia compartimos los sentimientos y las vistas que nos ofrece la naturaleza, tan exuberante como nuestra propia conductividad.
A veces una súbita subida de tensión incontrolada genera chispas en nuestras conexiones quemando las relaciones que con tanto cariño habíamos construido. Es entonces cuando necesitamos la ayuda inestimable de expertas electricistas, conocedoras del alma humana, para que reparen la avería de nuestros corazones, sustituyendo los débiles fusibles que albergan por otros más condescendientes y nos conecten de nuevo a la red.
Yo os quiero a vosotras, las más cercanas, os veo todos los días menos aquellos que la densa niebla me lo impide, cambiamos impresiones y eléctricas emociones, pero nunca me olvido de aquellas otras torres que se pierden en el horizonte o detrás de las montañas pues a ellas también las quiero.
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