Atravieso la bocana del puerto con las primeras luces de la mañana rumbo a ninguna parte, dejándome llevar al azar del viento que sopla despertando a las soñadoras velas tras una noche inquieta.
Ya en alta mar, rodeado de horizontes salados, me pierdo en el inmenso mar azul de tus atrayentes ojos. Desorientado, intento no perder la calma y disfrutar de la soledad en compañía de tu tranquila presencia, gozando de los encantos que me ofreces una jornada más.
Pliego velas y continúo varado en medio de la inmensa humedad salina, esperando acontecimientos. Peces plateados acuden raudos a recoger los restos del almuerzo que arrojo por la borda.
Las suaves olas de tu cuerpo comienzan a mecer mi velero, lentamente, anestesiando la razón. Tumbado en cubierta leo "Las mocedades de Ulises" y, en mi duermevela, no tengo tiempo de advertir la tempestad que se avecina provocada por tus cálidos vientos que, agitados, suben y bajan enormes olas eróticas que desarbolan el mástil y dejan exhausto mi cuerpo.
La fresca brisa de final de la tarde despeja mis sueños y me devuelve a la realidad. De ti tan sólo queda el perfume de la ausencia grabado en mi memoria.
Izo velas y pongo la proa en dirección de regreso a puerto. Amigas gaviotas, alegres, salen a mi encuentro prestas recibirme con sus cantos repetitivos esperando alguna digerible recompensa.
En el muelle, anochecido, amarro mi barco y camino a la taberna del puerto para compartir historias, pulpo y ribeiro con otros solitarios marinos.
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