Caminamos en grupo, despacio, conversando y contemplando el horizonte siempre inalcanzable. Llegamos a la chopera, admiramos los chopos desnudos, dormidos en invierno, y observamos dos troncos con misteriosos números grabados: el 7 y el 9, impares consecutivos. Delante de éstos hay otro, y por detrás, completando la fila, tres árboles más.
Ahora ya no vemos el paisaje, ni la chopera; no vemos los árboles, no vemos nada más, tan sólo entra por nuestros ojos una cifra imaginada: 179111. Intentamos descifrarla, comprender el significado, escuchar qué nos cuenta y a dónde nos quiere llevar. Sumamos los seis números que la componen y suman 20, cantidad igual a las personas que caminábamos juntas hasta aquí.
Y aquí decidimos quedarnos, acampar esta noche de fría luna nueva, a la intemperie, dentro de nuestros cálidos sacos esperando acontecimientos y resolver el enigma que ahora nos atrapa.
Lo ocurrido aquella mágica noche no seré yo quién lo cuente, pero sí puedo contar que a partir de entonces cambiaron nuestras vidas.
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