Caminamos, inmersos en paisajes de otoño, al ritmo que caen las hojas de los árboles: paso a paso, enlazando un punto de partida cualquiera con un final incierto más allá del horizonte.
Como semáforos amarillos que indican cambio: del verde al ocre, contemplamos las copas doradas de los árboles y aminoramos la marcha evitando atropellarnos.
Y en el tránsito, de un estado mental a otro sentimental, nos despojamos de la realidad superflua e innecesaria que cargamos a la espalda. Ligeros ya de certezas y con escasas dudas avanzamos, prestos, al final de etapa.
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