Equipados para la gran ocasión, y después del breve curso de alpinismo que imparte Seve, caminamos en fila, uno detrás de otro, ascendiendo despacio al Almanzor. Y la pendiente se inclina, paso a paso, obligándonos a pisar con fuerza los crampones y a clavar el piolet en la nieve. Miramos hacia adelante fijando nuestra vista en la cumbre mientras respiramos profundamente intentando bajar las revoluciones de nuestro corazón. Atrás, poco a poco, va quedando el valle en silencio, blanco como nuestras almas, y tan sólo marcado por las huellas de pisadas recientes. Un último esfuerzo, agotador, y llegamos a los pies de la cima. Una fresca ventisca nos recibe obligándonos a abrigarnos rápidamente. Las vistas espectaculares a uno y otro lado. Sólo los más experimentados, dadas las condiciones de hielo en la roca, harán cumbre, por ellos y por nosotros. Descendemos despacio, asegurando las pisadas, como si bajáramos por una blanca escalera helada, felices por la gran aventura vivida en tan agradable compañía. ¡Gracias amigos!
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