Y grises horas bordeando noches. Noches de insomnio girando
alrededor de un pensamiento atascado en su mente. Horas y horas esperando ver
la luz filtrarse por las rendijas de un nuevo amanecer. Era su castigo, su penitencia por la cobardía
que tiempo atrás la arrojó a las tinieblas. No pudo, o no quiso dar un paso
hacia adelante y ahora sufría las consecuencias.
Pero no todo estaba perdido, una llamada de teléfono en la madrugada la puso en alerta
y disparó los resortes que la sacarían de ese triste letargo. Era él quien la
convocaba, dentro de un par de horas, a un café a la hora de siempre y en la
cafetería cómplice que cada mañana, no hace tanto, los acogía para mirarse a los ojos y celebrar la vida.
Receló en un primer momento pero no pudo abandonar la idea
de volver a verle. Una ducha fría despejó por completo su mente y tensó los
músculos de su cuerpo. Dispuesta a dejarse llevar esta vez por aquello que le
dictará su corazón se vistió deprisa y se lanzó a la calle para estirar las
piernas y ver amanecer en el parque.
Puntual, como nunca lo había sido, entraba en la cafetería y,
con el corazón a punto de escapársele, miró a ambos lados buscándole. Y allí estaba él,
en el taburete de siempre ojeando El País y saboreando un cortado hirviendo.
Se situó a su espalda sigilosamente y, con voz temblorosa,
pronunció un “hola” repleto de emociones contenidas. Él giró la cabeza, se
levantó del taburete, la miró fijamente a los ojos y cayeron juntos en un
prolongado abrazo de siete segundos, era el tiempo establecido para
transmitirse, sin palabras, todo lo que habitaba en sus almas.
Y allí quedaron, frente a frente, contándose sus vidas como
si nada hubiera ocurrido desde aquella última vez que compartieron un café para dos.
Desconocemos qué aconteció tras ese emotivo reencuentro. No
hemos vuelto a tener noticias de ellos pero, llegado el caso, daremos cuenta de
la evolución de esta apasionada historia en cualquier momento. Permaneced
atentos.
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