miércoles, 23 de abril de 2014

Una tarde de primavera.


Una tarde de primavera la ventana estaba entreabierta dejando paso a una suave brisa ligeramente helada, y ahí estaba ella, sentada en su sillón y sin saber qué hacer. Pensaba en todo y su cabeza protestaba, pero ella no dejaba de pensar, dándole vueltas a su vida.

Tenía mucho que decir, quería contar muchas cosas pero no había nadie a quien contárselas, y tampoco le salían las palabras adecuadas.

Cogió un lápiz y se puso a escribir. Las letras se acumulaban en su cabeza, a borbotones, y tropezaban en su mano, en el lápiz, y no llegaban al papel. Sabía lo que quería escribir pero no acertaba a escribirlo porque eran tantas y tantas cosas las que quería decir que, de tantas, no le salía ni una.

Parece ser que esa tarde no estaba inspirada. Seguramente la causa fuera su dolor de cabeza, el cansancio físico y la falta de sueño que llevaba días acumulando.

De repente una gaviota se posó en el alfeizar de la ventana. El mar estaba a varios kilómetros y, sin embargo, la gaviota estaba allí. Y la miraba. Las dos se miraron por un instante y ella, entonces, pensó en su amigo, el amigo de las gaviotas, ese hombre que hacía fotografías a la vez que les ponía voz. Un amigo que tenía una facultad especial: ver y captar cosas que nadie veía ni captaba, inmortalizarlas en una fotografía y darles vida con sus letras. Las letras, las palabras, las imágenes... en sus manos cobraban vida.
Ella siempre se lo decía: haces que las palabras bailen al ritmo de la música que tú mismo les creas.

Llevaban siendo amigos un tiempo, ni largo ni corto,...un tiempo indefinido.
Y en ese tiempo se habían cogido cariño. A veces se veían, a veces hablaban y a veces se escribían.

Ella también escribía y no lo hacía mal, pero no lo hacía tan bien como él.
Su seudónimo era "reina sin corona". Todos sabían de ella pero nadie la conocía. Algunos hasta creían que no era real.

Pero lo era. Tan de carne y hueso como él. Con cuerpo y alma, igual que todos. No era ni un invento ni un "segundo yo". Era muy real y tenía vida propia. ¿Una vida feliz?, todo lo feliz que se puede ser en esta vida. Tenía mucho pero le faltaba algo. Nada material, sino algo más grande. Y ese algo, a veces, se lo daba su amigo, poco a poco, gota a gota, a un ritmo lento de goteo, lento pero constante.

Y ella quería darle las gracias por estar a su lado, por escucharla, por darle compañía...

Y esa tarde le salían las palabras a borbotones pero no lograba plasmarlas en letras.

Dejó de escribir y siguió sentada en su sillón mirando a la gaviota, la amiga de su amigo, su amigo el fotógrafo escritor. Su amigo el caminante.

LR

1 comentario:

El Chema y él. dijo...

Me lo ha contado todo, en silencio, con la mirada, sin necesidad de despegar el pico. Me ha contado todo lo que has escrito, muy bien escrito por cierto, y lo que no has escrito. Me ha contado lo que sientes ahí sentada, junto a la ventana, respirando el polen que provoca tu llanto involuntario. Me ha contado tu historia, la otra historia que se esconde detrás de la Reina sin Corona. Y cuando ha terminado de contarme todo lo que tenía que contarme ha emprendido el vuelo, en silencio, de regreso a orillamar, a ese mágico lugar donde se escucha a las olas morir en la playa bajo el canto de mis amigas gaviotas.