Una tarde de primavera la ventana estaba entreabierta
dejando paso a una suave brisa ligeramente helada, y ahí estaba ella, sentada
en su sillón y sin saber qué hacer. Pensaba en todo y su cabeza protestaba,
pero ella no dejaba de pensar, dándole vueltas a su vida.
Tenía mucho que decir, quería contar muchas cosas pero no había nadie
a quien contárselas, y tampoco le salían las palabras adecuadas.
Cogió un lápiz y se puso a escribir. Las letras se
acumulaban en su cabeza, a borbotones, y tropezaban en su mano, en el lápiz, y
no llegaban al papel. Sabía lo que quería escribir pero no acertaba a
escribirlo porque eran tantas y tantas cosas las que quería decir que, de
tantas, no le salía ni una.
Parece ser que esa tarde no estaba inspirada. Seguramente la
causa fuera su dolor de cabeza, el cansancio físico y la falta de sueño que
llevaba días acumulando.
De repente una gaviota se posó en el alfeizar de la
ventana. El mar estaba a varios kilómetros y, sin embargo, la gaviota estaba
allí. Y la miraba. Las dos se miraron por un instante y ella, entonces, pensó
en su amigo, el amigo de las gaviotas, ese hombre que hacía fotografías a la vez
que les ponía voz. Un amigo que tenía una facultad especial: ver y captar cosas
que nadie veía ni captaba, inmortalizarlas en una fotografía y darles vida con
sus letras. Las letras, las palabras, las imágenes... en sus manos cobraban
vida.
Ella siempre se lo decía: haces que las palabras bailen al
ritmo de la música que tú mismo les creas.
Llevaban siendo amigos un tiempo, ni largo ni corto,...un
tiempo indefinido.
Y en ese tiempo se habían cogido cariño. A veces se veían, a
veces hablaban y a veces se escribían.
Ella también escribía y no lo hacía mal, pero no lo hacía
tan bien como él.
Su seudónimo era "reina sin corona". Todos sabían
de ella pero nadie la conocía. Algunos hasta creían que no era real.
Pero lo era. Tan de carne y hueso como él. Con cuerpo y
alma, igual que todos. No era ni un invento ni un "segundo yo". Era
muy real y tenía vida propia. ¿Una vida feliz?, todo lo feliz que se puede ser
en esta vida. Tenía mucho pero le faltaba algo. Nada material, sino algo más
grande. Y ese algo, a veces, se lo daba su amigo, poco a poco, gota a gota, a
un ritmo lento de goteo, lento pero constante.
Y ella quería darle las gracias por estar a su lado, por
escucharla, por darle compañía...
Y esa tarde le salían las palabras a borbotones pero no
lograba plasmarlas en letras.
Dejó de escribir y siguió sentada en su sillón mirando a la
gaviota, la amiga de su amigo, su amigo el fotógrafo escritor. Su amigo el
caminante.
LR
1 comentario:
Me lo ha contado todo, en silencio, con la mirada, sin necesidad de despegar el pico. Me ha contado todo lo que has escrito, muy bien escrito por cierto, y lo que no has escrito. Me ha contado lo que sientes ahí sentada, junto a la ventana, respirando el polen que provoca tu llanto involuntario. Me ha contado tu historia, la otra historia que se esconde detrás de la Reina sin Corona. Y cuando ha terminado de contarme todo lo que tenía que contarme ha emprendido el vuelo, en silencio, de regreso a orillamar, a ese mágico lugar donde se escucha a las olas morir en la playa bajo el canto de mis amigas gaviotas.
Publicar un comentario