Viajaban en el
mismo vagón pero con destinos diferentes. Compartieron un breve tiempo, medido
en kilómetros, entre una estación y la siguiente. La casualidad hizo que sus miradas
chocaran en línea recta y en ese instante, sin saber porqué, se amaron para
siempre. Ella, que nunca miraba hacia atrás, bajó nada más abrirse la puerta y
él, con ojos mudos, continuó su viaje.
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