Y así, poco a poco y sin darnos
cuenta, fue tomando posesión de lo que no era suyo, dejándonos huérfanos de lo
nuestro. Porque las grandes conquistas no se logran un día en la batalla, sino
en la rapiña discreta del día a día. Ahora de nada sirve litigar ni alzarse en
armas, sólo queda esperar a que su muerte natural llegue a tiempo de hacer
justicia y restablecer el orden de las cosas.
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