Era luna llena. Todos dormían o
aparentaban hacerlo. Las seis marcaba el tiempo y me levanté a mirarte. Ahí
arriba iluminabas la noche, proyectabas sombras y alguna duda. Ni una rama se
movía, ningún pájaro despegaba el pico, sólo los grillos, intermitentemente, se
atrevían a romper el silencio. Y entonces, un crujido de hojas secas anunció su
presencia. Vino hacia mí y fuimos uno en un abrazo eterno.
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