Tus hojas tiñen de rojo los cielos de otoño y tus uvas, garnacha tintorera, nos regalan vinos que alivian el alma.
“Tal vez mi destino sea eternamente ser contable, y la poesía o la literatura una mariposa que, parándoseme en la cabeza, me torne tanto más ridículo cuanto mayor sea su propia belleza”. Fernando Pessoa
Tus hojas tiñen de rojo los cielos de otoño y tus uvas, garnacha tintorera, nos regalan vinos que alivian el alma.
Nunca es tarde para el reencuentro, volverte a ver, escuchar lo que llevas dentro, mirarte a los ojos y sentir que nunca es tarde para seguir amándote.
Y si algún día pierdes la cabeza, ten cuidado porque lo mismo aparece expuesta en un museo a la vista de todos y pueden quedarse de piedra al verte.
Sin miedo, camina la gata al borde del precipicio mientras me mira, pasos de seda y la cola tiesa, elegante y silenciosa, señora y dueña de sí misma y de su destino.
Antes de caer al suelo con un golpe de viento o por su propio peso, cambian de color las hojas, caducas ya en octubre, del verde al ocre pasando por rojos, naranjas y amarillos. Sinfonía de colores y estriptís que nos regala cada año el otoño sin pedirnos nada a cambio, tan solo nuestra lánguida mirada.
En estos escenarios, donde dimos vida a nuestra historia de amor, tu ausencia se hace, todavía, más presente. Regresar a ellos y no verte es echar leña al mar confiando en que arda la tarde y aparezcas de nuevo, encendida, en mi cielo.
Acostumbrados a verla lujosamente vestida, enjoyada y coronada, aquí, el anónimo pintor del siglo XVII, la representa como a una joven madre cualquiera, libre de lujos y poderes sobrenaturales, es simplemente María con su hijo Jesús. Óleo sobre lienzo, Catedral de Guadix
Una caña de pescar, hilo, anzuelo y cebo, un asiento junto al mar, en el puerto, paciencia y habilidad, cuestión de tiempo que ya picarán y si no lo hacen qué más da.
Incluso cuando la barrera está levantada, cruzamos con precaución el paso a nivel y miramos a un lado y a otro de la vía, no vaya a ser que venga el tren o un amor que nos arrebate la vida.
Hay quien dice que voy a mi bola y no lo dice por el nombre de la calle donde habito, sino por el caminar libre y aleatorio que llevo, serán habladurías, supongo.
Todo era azul, el mar, el cielo y tu mirada. Una botella azul, de Solán de Cabras, un tapón azul, una carta azul y en tinta azul un poema: Todo era azul, el mar, el cielo y tu mirada.
Enmarcado en un círculo de ruina y desolación emerge el peñón en aguas mediterráneas, testaruda roca que sin querer me atrapa.
Fácil es mantener el equilibrio
cuando el mar está en calma y las olas llegan dulces a la orilla. Una maravilla
deslizarse sobre una tabla con suaves golpes de remo. ¡Qué no se levante el
viento! ¡Qué la vida te respete! ¡Qué no
caigas en el infortunio ahora que eres feliz, amigo!
A las 07:33 de un día de octubre comienza a amanecer y las primeras luces azules y frías de la mañana conviven con las amarillas y cálidas de la noche que termina, no llegan a mezclarse y en un par de minutos ambas habrán desaparecido dejando paso a otra luz, uniforme y única, que dominará todo el espacio. A todas luces doy fe.
Reflejos hay que tener para captar los mejores momentos del día. La vida pasa por delante de nuestros ojos y debemos estar atentos, no vaya a ser que se nos escape.
Cuanto más alto subimos más pequeño lo vemos todo, menos el horizonte que se alarga y se ensancha. Conviene tomar distancia para verlo todo más claro, escalar a la cima nos hace más sabios.
Entre tú y yo hay un mar de posibilidades, unas soñadas y otras reales, paisajes en calma y fuertes marejadas, naufragios, rescates y aventuras dispares, hoy no estás, pero quizás estés mañana.
Manteniendo la distancia de seguridad, incluso conmigo mismo, difícil es que pueda contagiarme. Reflejo soy de lo absurdo en tiempos de pandemia.
Hay bancos que siempre están abiertos a asumir riesgos mientras otros permanecen cerrados a nuestros propósitos.
Hay quien necesita que alguien le marque los tiempos. Yo voy a mi ritmo, libre de cronómetros y pizarras, porque sé que siempre me esperas.
Deberíamos intentar conducirnos bien en todas las situaciones, es cuestión de práctica y de no perder el control.
A veces no sé lo que digo y otras
no digo todo lo que sé. En ocasiones hablo más de la cuenta y en otras, que
debería hablar, callo. No siempre digo lo que pienso, pero siempre pienso lo
que tengo que decir. Soy más de escuchar que de hablar, dicho sea de paso. ¿Y
tú qué dices?
Un día más la noche se apaga y se enciende el sol. En la cama quedan los sueños, todavía calientes, mientras te pones en pie. Ducha caliente y olor a café. Noticias de última hora, lo mismo que ayer. La puerta se abre, la calle amanece, reinicias la marcha otra vez. Rutina diaria, la vida avanza sin querer.