Hay que estar ahí, horas y horas, día tras día, varias semanas, detrás del cristal, en el escaparate, viendo pasar a la gente camino de sus asuntos, casi siempre con prisas, como si perdieran el tren o se les fuera la vida. Algunos miran de reojo y otras se paran a verte, a vernos con más detalle. A veces nos halagan y otras nos critican por el solo hecho de ir a la moda. Y tenemos que callarnos, mordernos los labios, no decir nada. Así hasta que llega la noche, de madrugada, y apagan las luces, los focos que nos señalan, y podemos descansar un rato de tanta mirada. No, no creas que es fácil esta vida estática, tan esclava, que nos cambia de ropa cada temporada.
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