Pudo ser la primera vez, pero no fue ninguna. No se atrevió a dar el primer paso ni tampoco el segundo. Allí quedó, prisionera en su propia casa y rodeada de extraños. Cuando paso por su puerta me detengo, miro hacia su ventana y no la veo, pero sé que está allí dentro, porque se refleja en el cristal la tristeza de su desencanto.
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