Rodeado de un campo de amapolas, bajo un cielo de primavera y envuelto en el trino de inquietos pajarillos, florece las ruinas del convento. Nada queda por dentro, tan solo un vacío de recuerdos. Vidas de monjas que fueron, durante siglos, dueñas de trabajo, oración y recogimiento alrededor de un rosal que también florecía en invierno.
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