No podemos entrar en la mente de los demás y descubrir lo que piensan y sienten. Podemos conocer a la gente por sus palabras, por aquello que dicen y, tal vez, por lo que callan, pero, sobre todo, la conoceremos por sus actos. Es justo valorar a las personas por sus actos y cuando estos son nobles, desinteresados, amables, amorosos, simpáticos y empáticos, ecuánimes, solidarios, comprensivos, generosos, atentos, sinceros... deberíamos otorgarles nuestra confianza o, cuando menos, el beneficio de la duda.
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