lunes, 28 de febrero de 2011

La última llamada.


Cuando la comunicación personal y sentimental se corta bruscamente por fallos no achacables a la técnica ni a las condiciones meteorológicas, pues la línea y los terminales funcionan correctamente y aunque sí ha existido una tormenta o terremoto emocional esta no ha afectado al cableado y a las antenas que transmiten nuestras palabras, últimamente cargadas con pólvora sin fines pirotécnicos, nos instalamos en el silencio absoluto.
Cuando el tiempo transcurrido desde la última y alterada conversación aumenta, entra en juego la “Ley de la expansión del universo”: nos alejamos con una velocidad mayor cuanto mayor es la distancia entre nosotros.
Por tanto retomar el diálogo y establecer puentes que salven el río, más bien océano, que nos separa es tarea prioritaria si todavía queda un miligramo de esperanza para continuar volando en la misma aeronave.
Aeronave que abandonamos porque: se ha agotado el combustible afectivo que la alimentaba; hemos confiado demasiado tiempo en el piloto automático y ya no manejamos los mandos; entramos en zona de turbulencias emocionales; hay fallos en el motor de nuestros corazones; alguien desde la torre de control intenta interferir nuestra comunicación con mensajes cifrados contradictorios; no encontramos aeropuerto con pista libre para aterrizar nuestras pasiones; el destino inicial previsto ya no nos atrae y nos hemos lanzado en paracaídas al vacío, que está “lleno” ahí abajo esperando nuestra caída.
Sentimos el aumento de la velocidad de caída atraídos por la Tierra, que nos aguarda con los campos abiertos y los mares cerrados para estrellarnos; si en ese momento optamos por tirar de la anilla que abre el paracaídas notamos que en vez de caer subimos, sensación que nos engaña ya que ralentizamos la caída gracias a la tela que se despliega por encima de nuestras cabezas y nos permite descender tranquilamente disfrutando de las vistas y del viento que acaricia nuestro cuerpo y sosiega nuestras almas.
Hemos conseguido aterrizar con suavidad y sin incidencias destacables, pero seguimos sin ver a nuestra compañera o compañero de viaje a pesar de estar a nuestro lado. Marcamos su número telefónico con la esperanza de que atienda nuestra última llamada y sin importarnos haber sido nosotros los que damos el paso e intentamos restablecer la comunicación, no es un síntoma de debilidad más bien de fortaleza de espíritu, y, milagros de la técnica, escuchamos su malhumorada voz, al principio algo distante pero que se acerca poco a poco a nuestro oído para susurrarnos, de nuevo, gratas melodías casi olvidadas. ¿Tienes alguna llamada pendiente?

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