“En el acto la sirena sintió miedo y eso mismo le hizo comprender que ya no era inmortal. Pero los acontecimientos no la dejaron arrepentirse. Un hormigueo violento se precipitó de cintura abajo desnudándola de escamas. Un rayo subió desde el fondo de las aguas y dividió su cuerpo inferior en dos mitades. Miró hacia abajo: dos piernas habían sustituido a su cola y en medio un bosquecillo como de algas donde se centraba el hormigueo, irradiándose a todo su cuerpo y removiéndolo tumultuosamente”.
José Luis Sampedro.
Navegamos y naufragamos frecuentemente cuando las condiciones del mar: el oleaje, la niebla, la bruma, las tormentas y nuestras tempestades interiores desarbolan nuestro barco arrastrándonos contra los acantilados y contra nuestro desencanto.
Recomponemos la nave y nuestro ánimo, una vez más, y nos hacemos de nuevo a la mar en busca de ese faro inalcanzable, que hemos soñado en oscuras noches despiertas, con la esperanza de hallarlo definitivamente antes de hundirnos en el mar de nuestros deseos imposibles, para siempre.
Disfrutamos, mientras tanto, de la agradable e inmerecida compañía de nuestras amigas y condescendientes sirenas que tanto han evolucionado a lo largo de la historia, de la mitología y de la vida.
Nacieron en Grecia, como extrañas aves con cara y torso de mujer, para transformarse en jóvenes irresistiblemente atractivas con cola de pez, en aguas nórdicas.
No cambiaron sus musicales, prodigiosas y encantadoras voces que llevaron a la ruina a infinidad de marinos arrojándose al mar en su búsqueda. Algunos lograron evitar el desastre, como los tripulantes de la nave Argos, en el periplo buscando el vellocino de oro, gracias a que Orfeo con sus músicas pudo neutralizarlas. O Ulises, que se tapó con cera los oídos para no sucumbir a las hechizantes melodías, atándose al mástil de la embarcación para no lanzarse al mar y unirse a ellas.
Presentimos que las sirenas de nuestros mares comparten con nosotros un mundo paralelo, en otra dimensión, donde vivimos las inagotables fantasías que escapan de las tres dimensiones establecidas.
Ellas han mudado la cola de pez por bonitas piernas que se alargan en afilados tacones. Sus impresionantes miradas, que hipnotizan, el glamour y el cariño que ofrecen, junto con sus envolventes cantos y el resto de sus inagotables encantos, nos acompañan en nuestra travesía a ninguna parte. Son las verdaderas protagonistas de nuestras vidas, pues sin ilusión, sin amistad, sin amor y sin esperanza es imposible continuar buscando ese faro fantasma que ilumine, por fin, nuestro último sueño.
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