Son las cinco de la tarde. Café para despejar la mente tras una larga noche y mañana de sueño. Camino cara al sol, hacía poniente, abandonando la ciudad con calma, despacio, atento a las sensaciones que en esta tarde, primera tarde del año, siento con agrado, libre de cualquier carga.
Rayos solares que impactan amablemente en los ojos guiándome, hipnotizado, al encuentro con el horizonte. Silencio absoluto, calles casi desiertas, una niña asomada a la ventana, temperatura agradable, ausencia de viento.
Mis pasos me llevan a la frontera de la ciudad con el campo, del asfalto con la naturaleza domesticada.
Saboreo con tranquilidad la soledad que me rodea mezclándose con la mía propia. Pongo a cero el cuentakilómetros, un año más, y anulo la dirección del rumbo que marcaba mi navegador. Despliego velas a la espera de un viento suave que mueva mi destino, lentamente, hacia cualquier parte, hacia ninguna parte.
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