No era una relación sentimental al uso, más bien se trataba de sentimientos compartidos y coincidentes en el espacio y en el tiempo, sin normas, con total libertad.
También es cierto que el lenguaje verbal había sido reducido a la mínima expresión, no necesitaban palabras para comunicarse, les bastaban los gestos, la intuición y la mirada cómplice.
No tenían establecido un horario común, ni repartidas tareas para el día a día. Aun así todo funcionaba perfectamente. La intendencia dentro de la vivienda compartida no generaba conflictos y, milagrosamente, se desarrollaba ordenadamente. A veces coincidían a la hora de la comida, o de la cena, y uno de los dos, desconociendo si el otro vendría, ya había preparado todo. El resto de tareas del hogar: compras, lavado de ropa, limpieza, planchado y pequeñas reparaciones, salían adelante sin aparente organización, no generando discusiones ni roces propios de otras parejas más estandarizadas.
También el tiempo libre lo disfrutaban cada uno a su aire: lectura, actividades deportivas y culturales, solos o en compañía de otras personas: amigos, compañeros, familiares. En ocasiones coincidían, casualmente, en una obra de teatro, en un espectáculo de danza o en la butaca de al lado en la filmoteca, y continuaban callados, uno al lado de la otra, pero unidos por unos lazos tan intensos como misteriosos.
Si uno de los dos marchaba de viaje, por motivos laborales o de placer, no necesitaba dar explicaciones del lugar, objeto y duración del mismo. Tampoco era necesaria una despedida formal ni la consiguiente bienvenida de regreso. No quiere decir que en ninguna ocasión marcharan juntos de viaje compartiendo medio de locomoción y habitación de hotel, pero llegados al lugar de destino continuaban cada uno a su ritmo, con total independencia.
El contacto físico y emocional suplía ampliamente la falta de palabras. Los gestos, abrazos, las caricias y los besos afloraban en cualquier momento, por iniciativa de uno de los dos, y siempre eran aceptados con agrado por el otro, a cualquier hora, en cualquier situación, satisfaciendo el deseo de ambos hasta la próxima, y no muy lejana, excitación.
Por supuesto no existía entre ellos ningún contrato, enlace o pacto, que certificara su relación y estipulara cláusulas legales en caso de discrepancia o conflicto. Del mismo modo que, por puro instinto, comenzaron a vivir “juntos” sabían que en cualquier momento podría extinguirse el vínculo sentimental que les mantenía “unidos”.
Yo, que fui amigo de ambos, de cada uno por separado, conocí todos estos detalles de sus vidas, y de su vida en común, por las conversaciones y los momentos vividos con ellos, porque eran grandes conversadores a pesar de que no necesitaran la palabra para comunicarse en pareja.
Desde hace algunos meses no he vuelto a verlos, ni he tenido noticias suyas. Sé que abandonaron sus trabajos y la vivienda que compartían permanece cerrada, sin señales de vida. Desconozco qué ha sido de ellos, si marcharon juntos, o por separado, con destino incierto o planificado. Aunque si sé que la huella que dejaron dentro de mí permanecerá inalterable y que jamás podré olvidarlos, como creo que ellos tampoco me olvidan.
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