domingo, 4 de noviembre de 2012

Lo confieso.


Lo confieso, después de tantos años sin arrodillarme frente a un confesionario, para contar mis pecados más inconfesables a los oídos ciegos de un rancio sacerdote saturado de escuchar aventuras malvadas, y una vez decidido a hacerlo, te he visto, otra vez, detrás de la reja que separa mi  amorosa intención de tu atrayente presencia y, en el último instante, he decidido posponer mi acto de contrición y seguir pecando un poco más a tu lado, siempre, claro está, con tu consentimiento. ¿Acaso no sería mayor pecado ignorarte en base a no sé cual mandamiento trasnochado?

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