Ascendemos a través del tiempo sin tiempo que perder, y lo perdemos. Perdemos el tiempo viviendo sin vivir, dejando pasar las horas muertas como cadáveres congelados hace tiempo, mucho tiempo. Y llegados a la cima, al ecuador de nuestras vidas, un punto medio indeterminado, miramos hacia el abismo y comenzamos el descenso sin tiempo que perder, no para llegar cuanto antes, sino para dilatar la llegada a la meta, al final de nuestro tiempo.
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