A las siete y media estaba saliendo del hotel dirección a la
playa. No había mucha luz pero la noche ya estaba diluyéndose. Pisé la arena y
me acerqué a la orilla del mar. Estaba muy tranquila, sin olas, como
despertando de un profundo sueño. Caminé en paralelo buscando la luz anaranjada
que emergía en el horizonte. Me detuve en dos ocasiones a fotografiar el
amanecer. En ambas, mientras estaba absorto contemplando el momento, ocurrió
algo curioso e inesperado. La mar lanzó a mi encuentro, en el espacio de tres o
cuatro minutos entre cada una de ellas,
un par de olas tranquilas que avanzaron decididamente hacia mí y, a punto de
alcanzarme, me obligaron a alejarme cuatro o cinco metros de la orilla. Pude
hacer la foto que andaba buscando y congelar este momento tan especial de domingo
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