Hay pisadas que, como algunas penetrantes miradas, dejan una profunda huella. Otras, en cambio, apenas se perciben.
Pisamos con fuerza para asegurar nuestro cuerpo a la tierra. Evitamos correr, levantar polvo, generar ruidos molestos y dañar a la vegetación. Dejamos nuestro rastro por si alguien interesado quiere seguirnos de cerca o a media distancia. Le orientamos en su camino y evitaremos que se extravíe si comparte destino con nosotros.
Vamos camino del abismo, al punto donde se junta el ocaso del sol con el fin de nuestras vidas. Esperamos llegar a tiempo para dar ese gran salto definitivo al vacío y alcanzar, sin enorme esfuerzo, la otra orilla.
No tenemos prisa, caminamos despacio contemplando aquello que llama nuestra atención. De vez en cuando nos detenemos para descansar y mirar atrás. Contemplamos tu silueta en el horizonte que viene hacia nosotros, tal vez nos alcance en algún momento. Tan sólo nos detendremos a esperarte si haces algún gesto o escuchamos tu voz solicitando ayuda. No queremos forzar un encuentro inesperado ocultándonos en la maleza esperando tu llegada para sorprenderte, ni perder el contacto visual forzando la marcha. Si el destino decide reunirnos será él quien organice el encuentro.
Vamos pisando, andando por la vida, felices porque continuamos caminando y contentos porque todavía sigues nuestros pasos. ¿Hasta cuándo?
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