El amor es como el aullido de una
sirena, una sirena de policía, de bomberos o de ambulancia. La escuchas ulular
a lo lejos, débilmente. Conforme se acerca sube de intensidad, la sientes más
próxima, más cercana. A veces, se desvía por otra calle y notas que se aleja.
En otras, se aproxima tanto que incluso se detiene debajo de tu casa. Es
entonces cuando sube el amor vestido de azul, de rojo o de blanco y llama a tu
puerta con fuerza. Llega con la pistola,
la camilla o la manguera. Es ahí cuando sientes que va a por ti y te detiene,
te salva o intenta apagar tu fuego. Se queda contigo, haciendo el atestado,
poniéndote el desfibrilador o rescatándote del infierno que te quemaba. Si
permanece contigo, tendrás que bajar su intensidad, para aliviar tus oídos, que
no tu corazón ni tu alma. Y si algún día se marcha, la escucharás alejarse en
la distancia perdiendo fuerza, pasión y flama. Será entonces nostalgia,
recuerdo y desesperanza. Ojalá y nunca se vaya.