lunes, 28 de marzo de 2011

Siento, luego existo.


Pensar, para Descartes, era condición suficiente para demostrarnos que existimos, aunque una existencia racional no es para nosotros el ideal que constate nuestro tránsito por la vida.
Preferimos, a la salida de este maravilloso y espectacular parque de atracciones, llevarnos un grato recuerdo de las sensaciones experimentadas. Anteponemos los sentimientos a los razonamientos para justificar plenamente nuestra existencia, por ello decimos: Siento, luego existo.
Y sentimos, sin necesidad de pensar, todo tipo de sensaciones que entran por nuestros sentidos, a cada momento, y llegan al hipocentro de nuestra central espiritual devolviendo una respuesta adecuada en función del estímulo recibido. Sentimos emociones en nuestra relación con las personas que nos acompañan en esta montaña rusa donde tan pronto estás ascendiendo lenta y tranquilamente hacia el punto de inflexión como descendiendo aceleradamente, sintiendo el vértigo en el estómago, al abismo de nuestras oscuras profundidades.
Pensamos que sentimos y sentimos que pensamos, e incluso a veces ni pensando ni sintiendo, cuando las emociones nos asesinan, somos conscientes de nuestra existencia.

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