sábado, 23 de abril de 2011

The Tramp Steamer.


"Los marinos miraban distraídos hacia esa lejanía, más interior que externa, en la que se abstraen los hombres de mar para combatir toda posible nostalgia de los engañosos y efímeros recuerdos que dejan en tierra". Álvaro Mutis

La vida es un inevitable viaje al fracaso pero acompañada por el mágico resplandor del amor cuando estalla como fuegos artificiales en el cielo azul de nuestra realidad.
El barco que nos acoge y nos transporta, que ha ido envejeciendo y navegando en el mar de nuestras dudas, va arruinándose poco a poco, como nuestro cuerpo, por el paso del tiempo y el ambiente salino que oxida su casco y nuestra ilusión.
Practicamos el cabotaje, de puerto en puerto, de cabo a cabo, cerca de la costa, pues ya no nos atrevemos a adentrarnos en alta mar por miedo al naufragio.
Transportamos mercancías por encargo y algún pasajero que nos acompaña de vez en cuando. Navegamos a modo de vagabundo: sin rumbo fijo, horarios y puertos que nos amarren para siempre.
Nuestro aspecto, con el paso del tiempo, el esfuerzo constante de nuestros trabajados motores y la falta de mantenimiento, es el de un barco decadente que se desplaza lenta y torpemente por los mares de nuestra memoria, intentando recordar aventuras olvidadas y soñando destinos más dulces en los mares del sur.
En alguna ocasión hemos compartido camarote con aquella amada mujer que, con su sola presencia, nos ha devuelto la alegría olvidada y la esperanza en un último y definitivo viaje a la felicidad.
Sabemos que fuimos construidos en un astillero del norte y nacimos a la mar y a la vida hace muchos años, e inevitablemente nuestro destino final está escrito premonitoriamente en nuestra popa dando nombre a nuestra esencia: "Cabo Fisterra". Más preferimos hundirnos en la mar, en una noche de galerna, y quedar ahogados para siempre en el fondo de nuestro empeño, que regresar a puerto para ser desguazados y olvidados definitivamente.

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